miércoles, 25 de abril de 2012

Capitulo dos: Nuestro siglo XIX, acabando con la simplificación guerrerista



Este fue un análisis que escribí para un grupo de debate histórico, disculpen lo largo pero era necesario dada la profundidad del tema...


En el análisis de nuestra historia se ha vuelto una costumbre cotidiana el ignorar, o al menos minimizar, el siglo XIX venezolano bajo el estigma de la guerra, los caudillos y la opresión. Si bien estos elementos no solo existieron, sino que fueron predominantes, resulta una simplificación histórica ignorar el resto del cuadro tanto político como social de la época, junto con su relación con las corrientes de pensamiento imperantes en ese tiempo.

Al comenzar un análisis de este siglo desde la perspectiva venezolana es clave empezar por un momento definitorio de nuestra existencia: La guerra de independencia. Al comenzar en la primera década del siglo XIX, nuestros movimientos soberanistas nacieron bajo el amparo y el impulso de las élites criollas, en especial la caraqueña, las cuales bajo la influencia de las ideas progresistas de la Europa del momento, junto con las concretadas en el movimiento liberal que desembocaría en la constitución de Cádiz (1812), buscaban recrear la experiencia de libertad que tan solo 30 años antes había dado lugar al nacimiento de los Estados Unidos de América.

Sin embargo, el peso de la realidad hizo que la carga de la conducción del esfuerzo independentista se alejara cada vez más de estas élites civiles, hacia lo que sería el centro del poder durante la historia latinoamericana: los caudillos militares. Durante las largas y cruentas guerras de independencia figuras como Miranda, Bolívar y Páez fueron desplazando el liderazgo civil al volverse la gesta de liberación en una eterna campaña militar. Si bien gran parte de este liderazgo militar también estaba influenciado por las mismas ideas liberales de sus pares civiles, su naturaleza castrense junto con los horrores de la guerra los fue configurando como los grandes “libertadores” y caudillos militares que debían, primero por necesidad y luego por merecimientos, liderar a nuestros noveles países ante las amenazas externas e internas frente a las que se encontraban.

Es así como entramos a nuestra historia republicana en 1830, tras la larga guerra y la experiencia fallida de la Gran Colombia, la cual encarnó esa contradicción ideológica entre las ideas libertarias de un lado, y las militaristas/caudillistas por el otro, encarnadas en el propio Libertador y su papel como Presidente/Dictador. Al comenzar la República, se estableció prácticamente el monopolio de lo que luego se daría a conocer como el conservadurismo, encarnado en la figura del General Páez, como fuerza dominante en la política venezolana. Irónicamente los que alguna vez habían sido revolucionarios se volvieron los elementos más conservadores del espectro político.

Durante estos primeros años, existieron varios ejemplos de un ideal liberal que, si bien era incipiente, impulso algunos elementos interesantes como la constitución de 1831 y la presidencia del primer civil en nuestra historia, como fue la breve experiencia del Doctor José María Vargas. Sin embargo, ciertas medidas económicas destinadas a acabar con el pequeño campesinado, el mantenimiento de la esclavitud, el marcado tono militarista que tomó la política y la práctica inexistencia del estado en el interior del país configuraban un panorama donde el atraso económico, político y social eran palpables.

El frágil status-quo logrado por los conservadores no duraría mucho, pues el inicio de la crisis económica en 1838 primero y la crisis política de 1848 después desestabilizarían los ejes del sistema político imperante. Los principales protagonistas de este periodo de desestabilización fueron los hermanos Monagas, quienes desde oriente configuraron un nuevo centro de poder con el novel Partido Liberal como base política que duraría exactamente una década. Este periodo, a pesar de su carácter fuertemente liberal, representaría la primera vez que el partido liberal puede imponer alguna de sus reformas, como la abolición de la esclavitud en 1854, la cual represento un paso audaz para la época.

Sin embargo, para 1858 la deriva dictatorial de los hermanos Monagas se había vuelto insostenible para el sistema político, iniciándose así la llamada Revolución de Marzo, que traería de vuelta al poder a los conservadores de Julián Castro. En breve quedo demostrado que el nuevo gobierno no era más que la reacción de los sectores más conservadores ante la creciente pérdida de base del partido conservador. Se inició una sistemática campaña de represión y exilio de los principales líderes liberales, que desembocó en dos consecuencias: La radicalización del partido liberal con la bandera de la federación y el inicio de la Guerra Federal, que marcaría un punto de inflexión en la historia de la República, acabando con la era de dominio del partido conservador.

Para 1863 la guerra había terminado con la abdicación final del Gran Caudillo, el General Páez, ante Juan Crisóstomo Falcón en la firma del Tratado de Coche, marcando así el fin de la era conservadora y el inicio de la Venezuela Liberal, o Federal, según el gusto. La victoria significo para el liberalismo amarillo la oportunidad de llevar a cabo su programa en toda su extensión, con la creación de la Federación de los Estados Unidos de Venezuela en 1863, marcando un hito en la tradición liberal venezolana. Ese fue el momento donde se instauraron algunos grandes avances de la era liberal, entre los que resaltan la inviolabilidad de la vida, siendo nuestro país uno de los primeros en reconocer este derecho fundamental eliminando de una vez por todas la pena de muerte,  la descentralización del poder, si bien fue en pos de los intereses caudillistas regionales, marcando lo que sería nuestra forma de organización político territorial hasta nuestros días, entre otros hitos que definieron el futuro de la nación.

Pronto esa nueva República cayo victima del mismo caudillismo que había visto la Venezuela conservadora, si bien en esta segunda mitad del siglo XIX ya no bastaba con ser el ganador de la revolución de turno, pues tanto los postulados liberales como una nueva realidad política obligaron a todos los protagonistas de esta etapa a llevar a cabo cambios tendientes al mejoramiento de la vida de los habitantes de la nación. Nadie encarno mejor este espíritu de avance que el “Ilustre Americano”, Antonio Guzmán Blanco. Durante sus tres etapas de gobierno el liberalismo amarillo logró, junto con el progreso económico y militar, su mayor triunfo programático encarnado en la implementación de dos de sus aspiraciones fundamentales: la separación del estado venezolano y la iglesia católica, y la universalización de la educación básica y media. El primero era una aspiración de larga data de los Guzmán, los cuales veían con recelo el gran poder que tenía la iglesia en la vida venezolana. Esto llevo al General Guzmán a declararle una guerra sin cuartel a la jerarquía eclesiástica que incluía la sustitución parcial de la religión católica por la “patriótica”, y la confiscación de todos los bienes a nombre de la iglesia por el estado.

Sin embargo, la segunda conquista, la universalización de la educación, si fue un logro de la consolidación del programa liberal en sí, con la implantación del sistema federal de liceos, el cual se convirtió en el catalizador para la expansión de la educación a nivel nacional por parte del estado, con un carácter predominantemente laico y científico, enfoque revolucionario para la época.

Tras el paso del General Guzmán el liberalismo fue perdiendo fuerza, primero con la revolución azul, que algunos consideran un retorno temporal de los conservadores, como con la renovada aventura revolucionaria que a finales del siglo volvió a plagar a la nación bajo figuras como Joaquín Crespo, el Mocho Hernández, y finalmente Cipriano Castro, etapa que terminaría con la llegada al poder en 1908 del “Benemérito” Juan Vicente Gómez, al cual podemos considerar el ultimo gran caudillo liberal, que con su muerte marco el final no solo del partido liberal, sino de una etapa que marcó el porvenir de la nación…

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