Un articulo como este merece comenzar con
una sencilla pero absoluta verdad, que parece ser un tabú no solo para la clase
política venezolana, sino para todo el país: Venezuela necesita devaluar su
moneda, y es urgente. Puede sonar extraño que lo diga cuando hace escasas horas
el llamado "Vicepresidente del Área Económica" acaba de hacer eso
mismo intentando, eso sí, disfrazarlo con toda clase de apodos y subterfugios
lingüísticos, pero lo hecho hoy es nada en comparación a lo que este país
debe asumir.
Lo que vimos al mediodía fue como un
Ministro de Petróleo, e irónicamente no el de Economía que estaba a su lado,
intentaba explicarle al "pueblo" el nuevo sistema cambiario rehuyendo de la palabra
devaluación, solo para ser desmentido horas después por medio país que clamaba,
y de manera correcta, que sí había habido una devaluación solo que
"encubierta". Sin embargo, todo el debate ignoraba la gran falla de
los anuncios económicos pues unos por ignorancia y otros por populismo no se
atrevían a asumir y defender que las medidas no pecaban de insuficientes por la
devaluación, sino más bien por la no completa aplicación de esta.
Resulta fácil, y sé que muchos lo harán,
defender esa postura. Partiendo de puntos como que la devaluación es impopular,
o que nos hace más pobres, nuestra clase política ha justificado mantener un tipo
de cambio que ha desangrado de nuestro estado miles de millones de dólares
subsidiados para todos los que viajamos, importamos o estudiamos afuera. Y no
es que no tengan razón varios de esos argumentos, principalmente el que nos
volvemos más pobres con cada devaluación, pero es ahí precisamente donde se
encuentra el punto principal de este debate: desde hace 30 años somos pobres en términos reales, solo
que nos las hemos arreglado para disfrazarlo.
Aquí entra la pregunta clásica ¿Cómo
podemos ser pobres con una empresa como PDVSA, que es la segunda compañía más
grande de América Latina con ingresos netos de 125.000 millones de dólares
anuales y que aporta al fisco al menos 40.000 millones de dólares cada año?
Pues muy sencillo señores: porque una sola empresa de unos 50.000 empleados
(solo cuento a los productivos) no puede mantener a TODO un país. Desde que
nacionalizáramos la industria petrolera, hace ya casi 40 años, hemos supuesto
que lo que produce esa PDVSA es de todos los Venezolanos, y nos exonera de
muchas de las responsabilidades que ciudadanos de otros países deben cumplir
para mantenerse.
Basta un ejemplo sencillo para
demostrarlo, y para ello nos devolvemos justamente a 1975, cuando con la
política de pleno empleo el gobierno de Carlos Andrés Pérez decreta que debía
haber "ascensoristas" en todos los ministerios para cada ascensor que
recibirían un sueldo mínimo. Con el respeto que merecen todos los que ejercen
ese oficio, pero ¿es tanta la productividad de un ascensorista como para
merecer ser pagado por ello? o mejor dicho ¿su trabajo produce siquiera algún
servicio o bien transable? Obviamente no, y fueron políticas como estas las que
causaron que el periodo 1975-1985 la productividad media por venezolano
decreciera de manera continua, mientras que la del resto de América Latina
aumentaba o, en algunos casos, se duplicaba.
Sin embargo, con 10 millones de habitantes
y una PDVSA que en términos reales producía prácticamente lo mismo que hoy en
día, era posible sustentar ese sistema que no solo generaba empleos
improductivos y falsos, sino que financiaba nuestros viajes por el mundo a
costa de que somos "un país rico". Treinta años después no solo nos
hemos estancado, sino que con tres veces más población vemos como esos 40.000
millones de dólares que PDVSA le entrega al fisco se diluyen en casi nada para
todas las necesidades que tiene el país.
Una última comparación puede resultar útil
para entender lo grave de la realidad que nosotros mismos hemos construido.
Tomemos las exportaciones no petroleras de Venezuela, que apenas son el 5% del
total representando unos míseros 5.000 millones de dólares (2013), y comparémoslas
con el país más pobre de América del Sur, Bolivia. Resulta que todo lo que
exportamos los treinta millones de venezolanos que no trabajamos en la industria
petrolera representa apenas el 50%, ósea la
mitad, de lo que producen las diez millones de personas más pobres de
nuestro subcontinente. Esa es la magnitud de nuestra pobreza real, de nuestra
improductividad como individuos y sociedad rentista que se cree rica solo por
haber tenido la suerte de caer sobre las reservas de petróleo más grandes del
planeta.
Esa realidad, tan impactante y a la vez
tan ignorada, debe hacernos entender de una vez por todas una verdad que hemos
querido ignorar: somos un país y una sociedad profundamente pobre e
improductiva. Asumir tal premisa resulta horrible, y hasta deprimente, pero
será solo cuando la enfrentemos con seriedad y responsabilidad que podremos
entender los enormes sacrificios que debemos asumir para sacar este país adelante
y construir bases verdaderamente solidas para ser ricos. De no tener la
valentía y el coraje para hacerlo no solo no creceremos, sino que con cada
venezolano que nazca seremos más pobres y terminaremos por acabar con nuestra
querida PDVSA, pues esta se ahogará cargando el peso de todos los que decimos
amarla pero que a la hora de la verdad la sacrificamos para mantener nuestro dólar
viajero barato o poder comprar el ultimo celular que salió al mercado.
Ciertamente hay mucho, pero mucho por
hacer, para lograr enfrentar esto. Sin embargo debemos comenzar a hacerlo ya, y
lo primero que debemos proponernos es asumir los costos de la irresponsabilidad
con la que hemos llevado la economía los últimos 30 años. Esto pasa por
desmontar esa ridícula idea de que debemos mantener a toda costa el dólar
barato, pues nuestra productividad no justifica tal lujo, y es PDVSA la que
termina endeudándose con el fisco y a nivel internacional para pagarlo.
Evidentemente, tal medida nos hará mucho más pobres en términos de poder
adquisitivo externo en el corto y mediano plazo, pero permitirá una
representación más real de la productividad de nuestra economía y el desarrollo
de empleos que vayan más allá de marcar un botón de ascensor, transformando eso
en un obrero de planta que arma el chasis de un vehículo para exportar, permitiéndonos
aumentar nuestra riqueza en términos reales y sustentables.
Resulta claro que una tasa de cambio real
por sí sola no nos permitirá salir de la crisis del estancamiento, pues sin
confianza e incentivos para nuestros empresarios veremos una continua depreciación
por el temor a una expropiación o a una torpe política macroeconómica. Pero
mientras nuestros políticos, en especial la oposición, no tengan la valentía y
la moral de empezar a desmotar esos principios que ellos mismos saben errados,
pero que por popularidad no se atreven a atacar, no podremos dar siquiera el
primer paso.
Llegó la hora de hacer el verdadero sacrificio,
ese que nos permitirá ver al pasado cuando seamos viejos y decir con orgullo
que nuestra generación fue tan valiente como llevar a nuestra hermosa Venezuela
al futuro que se merece. Como diría un ex-presidente llanero: a ponerse
alpargatas, que lo que viene es joropo…
Impecable. Excelente Artículo.
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