Nuestro país enfrenta un dilema que podríamos llamar existencial, pues tiene
ante si dudas que van mucho más allá de simples políticas públicas o programas
de ajuste, donde temas fundamentales para cualquier sociedad como el modelo político que desea o incluso como se reconoce a sí misma no
terminan de ser respondidos, o siquiera completamente debatidos por la gran mayoría de aquellos que se hacen llamar líderes.
Desde que se nos propusiera el
socialismo bolivariano como alternativa, por aquel lejano 2005 en boca del
entonces presidente Hugo Chávez, el debate político se ha regido por temas más
o menos generalizados por parte de todos los actores políticos y sociales,
donde lo políticamente “correcto” le arrebata prácticamente toda profundidad a
las distintas propuestas o visiones de país. Tal es así, que todo el mundo en
Venezuela se hace llamar demócrata, pero nadie se atreve a profundizar esa
definición o diferenciarla con argumentos sustanciosos.
Tomemos un ejemplo para demostrar esto: la
economía como tema de debate en la campaña del 2012. Era evidente la existencia
de diferencias profundas tanto en el lenguaje como en las propuestas de Hugo
Chávez y Henrique Capriles, pero al profundizar en sus respectivos discursos se
ve como estos se limitaron a generalidades más o menos ambiguas, evitando en
todo momento hablar de políticas específicas o medidas a tomar de cara a los
desbalances que ya eran notorios.
Sin embargo, hubo un quiebre parcial e inesperado en aquel status quo, pues aquellas famosas denuncias del paquetazo neoliberal primero
por De Lima y luego por William Ojeda colocaron a Henrique en uno de los
momentos más incómodos de su campaña, obligándolo a alejarse de la generalidad
de su propuesta económica para justificar que no era un neoliberal, sin que eso
lo llevara a abrazar abiertamente alguna teoría específica.
Ante esto podríamos preguntarnos
¿por qué el miedo a asumir alguna postura concreta y sustentada en los grandes
temas nacionales que demuestran tantos políticos? La respuesta habría que
buscarla más atrás, tal vez por el segundo periodo de Carlos Andrés Pérez,
cuando la clase política venezolana se enfrentó a la responsabilidad de asumir
verdades y posturas concretas para rescatar un país que se enrumbaba a la
decadencia, y fracaso estrepitosamente en tal tarea.
Lo peor de aquel fracaso no fue
su propia existencia, sino las falsas enseñanzas que le dejó a todo aquel que
hacia política pues se asumió que el colapso del experimento liberal había sido
el asumirlo como tal ante el país, ya que este era contrario a lo que algunos
llaman la “esencia del venezolano” y las supuestas conquistas económicas que el
pueblo había obtenido en más de treinta años de democracia.
No paso mucho tiempo para que
esta lección se expandiera también a lo político e incluso a la historia
republicana de nuestro país, pues tan pronto como pareció volverse popular el
odiar prácticamente todo lo que oliera a pasado toda la clase política asumió
tal principio como dogma, logrando que incluso aquellos que habían sido
protagonistas del sistema democrático negaran su propia historia, con los
aciertos y errores que esta pudiera tener.
Esa fue la gran victoria del
chavismo, el depravarnos a los venezolanos de una política cargada de
profundidad y contenido, condenada a las vaguedades y ambigüedades de
propuestas con grandes nombre, pero nulo contenido. Solo así pudieron imponer
un socialismo que solo ellos parecen entender, y que en medio de su propia
indefinición asume posturas contradictorias sin que nadie sea capaz de
confrontarlo.
Ante esto solo nos queda asumir
una titánica, el rescate de la política como el debate de valientes que
presentan sus visiones de país cargadas de fundamento y verdades concretas, sin
tabúes o temores a contradecir a unos ciudadanos que pueden y deben ser
convencidos por verdaderos líderes. No era Churchill el más popular cuando
advertía del peligro que representaba Adolfo Hitler para Europa, y sin embargo
termino siendo el encargado de guiar a su nación en el momento más oscuro de la
historia.
Solo los valientes cambian la
historia y convencen a las mayorías, y será cuando entendamos y asumamos ese
principio que podremos guiar a los venezolanos hacia la construcción de un país
cuyos principios políticos, económicos e incluso sociales estén claros y bien
orientados. Asumamos ese reto como políticos, y más importante, como
estadistas. Solo cuando nos atrevamos a definir el futuro que queremos podremos
convencer a otros de que lo sigan, y ganar así la batalla por el espíritu de
nuestra nación.