lunes, 18 de agosto de 2014

Enfrentando los mitos venezolanos: sobre líderes obedientes y otros miedos

Nuestro país enfrenta un dilema que podríamos llamar existencial, pues tiene ante si dudas que van mucho más allá de simples políticas públicas o programas de ajuste,  donde  temas fundamentales para cualquier sociedad como el modelo político que desea o incluso como se reconoce a sí misma no terminan de ser respondidos, o siquiera completamente debatidos por la gran mayoría de aquellos que se hacen llamar líderes.

Desde que se nos propusiera el socialismo bolivariano como alternativa, por aquel lejano 2005 en boca del entonces presidente Hugo Chávez, el debate político se ha regido por temas más o menos generalizados por parte de todos los actores políticos y sociales, donde lo políticamente “correcto” le arrebata prácticamente toda profundidad a las distintas propuestas o visiones de país. Tal es así, que todo el mundo en Venezuela se hace llamar demócrata, pero nadie se atreve a profundizar esa definición o diferenciarla con argumentos sustanciosos.

Tomemos un ejemplo para demostrar esto: la economía como tema de debate en la campaña del 2012. Era evidente la existencia de diferencias profundas tanto en el lenguaje como en las propuestas de Hugo Chávez y Henrique Capriles, pero al profundizar en sus respectivos discursos se ve como estos se limitaron a generalidades más o menos ambiguas, evitando en todo momento hablar de políticas específicas o medidas a tomar de cara a los desbalances que ya eran notorios.

Sin embargo, hubo un quiebre parcial e inesperado en aquel status quo, pues aquellas famosas denuncias del paquetazo neoliberal primero por De Lima y luego por William Ojeda colocaron a Henrique en uno de los momentos más incómodos de su campaña, obligándolo a alejarse de la generalidad de su propuesta económica para justificar que no era un neoliberal, sin que eso lo llevara a abrazar abiertamente alguna teoría específica.

Ante esto podríamos preguntarnos ¿por qué el miedo a asumir alguna postura concreta y sustentada en los grandes temas nacionales que demuestran tantos políticos? La respuesta habría que buscarla más atrás, tal vez por el segundo periodo de Carlos Andrés Pérez, cuando la clase política venezolana se enfrentó a la responsabilidad de asumir verdades y posturas concretas para rescatar un país que se enrumbaba a la decadencia, y fracaso estrepitosamente en tal tarea.

Lo peor de aquel fracaso no fue su propia existencia, sino las falsas enseñanzas que le dejó a todo aquel que hacia política pues se asumió que el colapso del experimento liberal había sido el asumirlo como tal ante el país, ya que este era contrario a lo que algunos llaman la “esencia del venezolano” y las supuestas conquistas económicas que el pueblo había obtenido en más de treinta años de democracia.

No paso mucho tiempo para que esta lección se expandiera también a lo político e incluso a la historia republicana de nuestro país, pues tan pronto como pareció volverse popular el odiar prácticamente todo lo que oliera a pasado toda la clase política asumió tal principio como dogma, logrando que incluso aquellos que habían sido protagonistas del sistema democrático negaran su propia historia, con los aciertos y errores que esta pudiera tener.

Esa fue la gran victoria del chavismo, el depravarnos a los venezolanos de una política cargada de profundidad y contenido, condenada a las vaguedades y ambigüedades de propuestas con grandes nombre, pero nulo contenido. Solo así pudieron imponer un socialismo que solo ellos parecen entender, y que en medio de su propia indefinición asume posturas contradictorias sin que nadie sea capaz de confrontarlo.

Ante esto solo nos queda asumir una titánica, el rescate de la política como el debate de valientes que presentan sus visiones de país cargadas de fundamento y verdades concretas, sin tabúes o temores a contradecir a unos ciudadanos que pueden y deben ser convencidos por verdaderos líderes. No era Churchill el más popular cuando advertía del peligro que representaba Adolfo Hitler para Europa, y sin embargo termino siendo el encargado de guiar a su nación en el momento más oscuro de la historia.


Solo los valientes cambian la historia y convencen a las mayorías, y será cuando entendamos y asumamos ese principio que podremos guiar a los venezolanos hacia la construcción de un país cuyos principios políticos, económicos e incluso sociales estén claros y bien orientados. Asumamos ese reto como políticos, y más importante, como estadistas. Solo cuando nos atrevamos a definir el futuro que queremos podremos convencer a otros de que lo sigan, y ganar así la batalla por el espíritu de nuestra nación.